No hay mal que dure cien años...

No hay mal que dure cien años...

Desde Diciembre, Irlanda entró en cuarentena de nuevo, una de lo que aún no hemos salido. Las vacunas se perdieron cruzando el mar de Irlanda (el mar que separa Gran Bretaña e Irlanda) porque no parecen llegar (tiene más vacunados Colombia), contamos con toda la variedad de cepas de todas partes del mundo y los contagios no han disminuido en 3 meses.

Durante estos meses me he mantenido positiva y paciente, llevo un día a la vez y aunque el encierro no se disfruta, no pierdo el optimismo, encuentro felicidad en las pequeñas cosas de cada día. Hasta esta semana...

Mientras haya café hay esperanza.

Las redes sociales son una bendición cuando quieren, pero el resto del tiempo no lo son tanto. Nos conectan al mundo cuando queremos pero nos desconectan cuando menos necesitamos. Desde ese lente, parece que para gran parte del mundo occidental las cosas regresan a la normalidad. Veo a la gente socializar en persona, viajes, salidas, restaurantes, bares, en incluso fiestas. La realidad en este lado del mundo no puede ser más diferente. La última vez que me senté en un restaurante fue en Diciembre, la farmacia se ha convertido en mi tienda favorita porque no hay más abiertas, y ni siquiera sé dónde está mi pasaporte porque no hay la más remota posibilidad de viajar.

Es triste ver como pasa la vida sin ton ni son, lejos de las personas que amo, en la soledad de mi hogar y con una limitada posibilidad de ver a las personas cercanas. Las pantallas son mi única conexión con el mundo, y la realidad es que no hay manera de contar esta historia sin que suene algo miserable.

A pesar de lo anterior y de lo que para todos ha sido un año muy largo, por los últimos tres meses me mantuve positiva y motivada, hice un gran uso de mi tiempo, descansé, aprendí, exploté mi creatividad, hasta que un día, me quebré. Y para los que vivimos en el pico de la montaña de la felicidad y optimismo, la caída no es en paracaídas, es más bien una avalancha.

La ventaja de las avalanchas es que terminan más rápido. Parte de caer rápido cuando nos abruma la realidad está directamente relacionado con sentir las emociones, con llorar como magdalena, con maldecir y no buscar explicaciones. Intentamos llenar de razones las emociones para justificar nuestro sentir, y yo personalmente creo que no siempre es correcto. Las emociones hay que sentirlas porque solo sintiendo podemos sanar, la tristeza, la desesperación, el desconsuelo, la frustración, y todo lo que viene consigo, por supuesto, llorar.

Llorar es una manera de depurar, como lo es reír, por lo tanto igual de válida. Llorar preocupa a quienes nos rodean, a nadie le gusta ver a otros llorar, y entonces buscamos levantarles el ánimo y buscamos darle respuesta y esperanza, y eso habla muy bien de nuestra intención como humanos. Pero llorar libera emociones como lo hace la risa, y si no detenemos a nadie por reír, no deberíamos hacerlo tampoco por llorar. A veces las lágrimas no buscan respuestas, quizá sólo buscan escucha, empatía y compasión.

Creo también que las emociones no duran para siempre, y que por tanto una vez nos dejamos sentirlas podemos cambiarlas. Somos las historias que nos contamos y estas pueden ser comedias o pueden ser pesadillas, todo depende del poder que le demos a la mente.

Últimamente he escuchado de varias personas el término "positivismo tóxico". Para mi es como el concepto de "amor tóxico", ni el amor tóxico es amor, ni el positivismo tóxico es positivismo. La resiliencia no es la habilidad de ver en todas las situaciones de la vida lo bueno, o de sonreir siempre a pesar de. Es saber que habrán malos días, pero que estos momentos pasarán. Y tener la fortaleza de enfrentar la vida con optimismo aun cuando parezca que el final del túnel no está cerca [aún].

No se es positivo porque todo esté siempre bien, sino por la fé de que lo estará.

Así que me frustra mi realidad, me cansa el encierro y la falta de contacto humano y poner en pausa mi vida, y lloro cuando esa realidad me abruma y cuando mi optimismo se cansa, me tomo el tiempo de sentir y ser amable conmigo, pero como dice el dicho "si estás cansado, aprende a descansar, no a rendirte". Mi desesperación no es más fuerte que mi fé de que pronto las cosas mejorarán. Así que la lección de esta entrada es que valido mis sentimientos y mis emociones, me permito sentirlas pero no le doy el poder a la imaginación de catastrofizar mi realidad.

Atentamente, Luisa.

Incomodarse, agradecer, reconocer, educarse y cambiar. 


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