Crecer lo complica todo
Igual que la mayoría de personas, soy víctima de la ironía del sueño, cuando estoy lista para dormir mi cerebro recibe las señales equivocadas y le provoca todo menos descansar. En mi caso, suelo revivir las muchas conversaciones que tengo en el día, pensar en lo que será el día siguiente, las cuentas por pagar, la comida por comprar, mis problemas personales y psicoafectivos, etc, etc, etc; son varias las ocasiones en las que llego a la conclusión de que ser adulto cansa. A veces en chiste me digo "que equivocación fue crecer".
Digo en chiste claro, porque no es como que fuese evitable, es el curso normal de la vida, pero no por eso dejo de cuestionarme si crecer es así de complicado o si quizá lo hacemos más de lo que debería.
Cuando era niña el mundo parecía mucho más sencillo, los colores tenían nombres no escalas o matices, las necesidades eran simples y fáciles de satisfacer, las emociones eran válidas, llorar o reír era común e incuestionable, las ideas eran ilimitadas, la curiosidad el motor de cada día y nada parecía imposible. Los problemas eran retos, y aunque nos faltaban las herramientas nunca la intención de solución. Las opiniones eran sinceras (de ahí que los niños y los locos siempre dicen la verdad), la hipocresía era sólo una palabra impronunciable.
Pero entonces crecemos, y ahora las ideas son limitadas casi tanto como las opiniones constructivas, hablamos más desde la crítica y la envidia, la sinceridad es escasa porque además nos falta empatía, los colores son motivo de conflicto y ni qué decir de las preferencias.
Todo se rige por dinero, y a veces me pregunto si al crecer y tener fuentes de riqueza, somos realmente más independientes o más esclavos de un papel. Porque aunque al crecer nos repiten (y llega un día de la vida en que lo confirmamos personalmente) que el dinero no compra la felicidad, parece que perseguimos más lo primero que lo último.
Pero vaya, hay cosas que no cambian, de chiquitos jugábamos con gusanos, de grandes lidiamos con las culebras de las deudas. De chiquitos nos quejábamos de estudiar, de grandes de trabajar.
De pequeños no había filtros, como niña imaginaba lo que sería usar maquillaje, de grande imagino lo mismo porque qué cansado es desmaquillarse, y sin embargo todos llevamos un filtro, desde el que usamos en redes sociales para intentar imitar la piel de bebé en nuestras fotos, hasta el social que debemos tener para poder relacionarnos con otros. De pequeña me decían "mirar y no tocar, se llama respetar" (para que no tocara objetos ajenos y terminara rompiéndolos), de grandes nos dicen que respetar es no hablar, no mirar, no tocar, no sentir. Vivimos de normas sociales que se redefinen cada día, confusas y como los colores, llenas de matices.
De pequeña sólo quería crecer y conocer el mundo, ahora de grande planeo mis viajes entorno a mi regreso a casa bajo el nido de mis papás.
Mi niña interior es divertidísima, es distraída y despistada, es honesta y tímida, es ingeniosa y soñadora. Que curioso que mi versión adulta sueña con ser todo lo que mi niña interior ya es. Quizá por eso al envejecer nos asemejamos más a un niño, porque nacemos simples, dedicamos la vida a complicarlo todo, para luego entender que simple era mejor.