De esas batallas personales...
Esta entrada va dedicada al poder de la mente.
En mi último blog conté cómo mi mente supo engañarme, cómo esta inteligencia que me hace sentir orgullosa se convirtió en un arma en mi contra. He aprendido, sobretodo en los últimos años, el poder que tiene la mente de construir y destruir. Hoy dedico mis días a controlarla, a conscientemente cambiar los pensamientos negativos por positivos, a convertir mis miedos en motivación, a no dejar que controle mis emociones y a tratar de entender de dónde carajos se le ocurren algunas de sus locas ideas.
Por muchos años, a excepción de la historia que conté antes, mi mente y yo tuvimos una muy buena relación, trabajamos juntas y logramos grandes cosas, pocas veces me supo sabotear, no supe de ansiedad, planeábamos, disparábamos y acertábamos. Para mis cosas profesionales, siempre he sido de riesgos calculados, en muchos sentidos es más fácil porque tenemos mayor control, somos dueños de nuestro desempeño y del empeño que le ponemos a las cosas, así que al menos gran parte de mi vida donde mis decisiones se limitaban a cuestiones algo menos personales, sentir el control hacía las cosas más sencillas.
Por mucho tiempo tuve la fortuna de poder detener a mi mente. Ella y yo somos fan de los pensamientos que dan risa en lugar de terror (vaya, soy bien despistada), pero en oportunidades, más de las que quisiera y especialmente en el último año, me he encontrado dándole rienda suelta a mis miedos, y los escenarios que hemos sabido crear no han sido los mejores. Sentir que no estoy en el lugar que quiero o que no soy la persona que quisiera ser, aun cuando pensaba que en este momento es donde me sentiría más realizada, generó demasiadas preguntas sobre las que no tenía control, y llegaron a mi muchos pensamientos que no supe detener, de repente ya no era tan sencillo como antes.
En mi caso, son pocos los episodios donde mis miedos me han llevado a desesperarme y desesperanzarme, sin embargo, en los últimos años parecía que todo esto con lo que no había crecido y a lo que no me había enfrentado, estaba en todas partes. Me sorprendió cuando de unos años para acá parecía que todas las personas que conocía sufrían de ansiedad o depresión o pánico o todas estas cosas que yo no entendía. Nunca fui ajena a las enfermedades psicológicas pero para mí eran algo aislado, mas ahora parecen la regla y no la excepción.
La Organización Mundial de la Salud dice que 1 de cada 13 personas sufre de ansiedad.
El año pasado por razones personales me vi leyendo cuanto libro encontrase para entender a mi enemigo fantasma, la ansiedad, desde “Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas”, hasta “Loving someone with Anxiety: Understanding and Helping your Partner”. Y entre más leía, menos entendía cómo permitimos que la mente nos traicione de esa manera. En este caso no leía los libros por mí, los leía para poder entender y apoyar de alguna manera a alguien muy importante en mi vida. Sin embargo entendí que la impotencia de los de afuera no se asemeja en nada a la batalla de quienes la luchan, y a final de cuentas es una pelea personal, hay demonios que hay que enfrentar solos.
Con todo respeto a lo que me da de comer, siento que una gran fuente de intranquilidad son las redes sociales. Y cómo no, si todo el tiempo estamos en constante comparación, consciente e inconscientemente. Vemos en ellas todo lo que quisiéramos ser o tener, y no nos permite detenernos a maravillarnos por lo que ya somos, y cuando podemos hacerlo, preferimos compartirlo en lugar de disfrutarlo, porque nosotros también necesitamos estar en la carrera de las comparaciones, en muchas ocasiones son las inseguridades que necesitan de aprobación externa. Estamos viendo si el de al lado viaja más, o tiene más, o parece que se ganó el premio al éxito, mientras fuera de la pantalla todos nuestros miedos y falta de realización nos carcomen. O vivimos de los “likes” para reconocer nuestro valor, o volteamos a ver al de al lado y cuestionamos por qué no podemos ser un poco más así.
Sé que hay muchas razones más, y claramente no tengo conocimiento sobre el tema, no hablo desde la experticia, hablo desde la experiencia. De las veces donde yo la he vivido y de las personas cercanas que la sufren a diario. Quizá a veces es mejor desconectarnos un poco, no creer todo lo que vemos y más bien enfocarnos en nosotros, en lo que hemos logrado, en las maravillas que nos rodean, en el hoy, en nuestros sueños y metas, en pasar más tiempo cumpliéndolas y menos en creerle a los miedos. Quizá si nos arriesgamos más, quizá si les hacemos frente a esos fantasmas, quizá si tomamos esa decisión, quizá si dejamos de poner excusas; quizá, sólo quizá, la mente no se ponga en nuestra contra y de vez en cuando decida apoyarnos un poco más. (Un mensaje con copia a mi misma)
En fin, qué sé yo? Lo único que pretendo con esto es dar un mensaje de aliento a quienes enfrentan estas enfermedades a diario, saber que no estamos solos, que todos, de una u otra manera hemos estado ahí, que a veces hablarlo nos ayuda, que no debe ser un tabú, que se vale tener días enredados, que todos enfrentamos nuestros propios miedos y nuestras batallas contra ellos, pero que siempre habrán días mejores, al final “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.
Love Her Wild: Poetry - Atticus
”Se encontró a ella misma en un camino largo y traicionero, y entre más traicionero se hacía el camino, más encontraba de si misma”