Yo también he sufrido de soledad…
Antes de empezar, quiero pedirle perdón a mis papás y a mi familia por la historia que están por leer, nunca he querido lastimarlos y el amor que les tengo es al final del día mi mayor motor.
La historia que están por leer es sin duda mi secreto mejor guardado, sólo dos personas la han escuchado y hoy no hacen parte de mi vida. La razones de que sea algo que no he compartido antes son vulnerabilidad y vergüenza, y hay dos razones por las que hoy la cuento aquí…
La primera es porque siento que nos falta ser más vulnerables, a veces compartir estas historias nos ayuda a sanar y a veces ayuda a sanar a otros, a sentir que no son los únicos. Abrirnos al mundo nos acerca y esa cercanía es en muchos casos lo que nos hace falta para ser más empáticos con el otro.
La segunda es porque desde que empecé a planear mi blog, hace ya varios meses, quise escribir sobre algo que siento está muy presente a mi alrededor y hoy en día en nuestra sociedad, los problemas psicológicos. Pero entre más pensaba este tema sentía que era un tanto hipócrita querer escribir esa entrada con miras a los demás sin enfrentar mis propios problemas primero.
Así que aquí va…
Disclaimer: Usted está en su derecho de no estar de acuerdo con mis conclusiones o sentir sobre este tema, es una historia completamente personal.
Como buena mujer que creció en la cultura occidental, los modelos de belleza siempre me han influenciado, y no sólo eso, sino que han definido los aspectos más básicos de mi vida, qué comer, qué vestir, cómo debo verme. Así que en mis años adolescentes, y como nos pasa a la gran mayoría de mujeres, empecé a tener inseguridades sobre cómo me veía físicamente. Soy una mujer considerada alta comparada con ciertos estándares pero sobretodo con el promedio de la mujer latina, así que al inicio de mis años mozos me generaba inseguridad ser la última en las filas por mi estatura. Aún peor, mi cuerpo había decidido desarrollarse y tener curvas, que acompañadas de un metabolismo no muy rápido y las visitas constantes a McDonalds a la salida del colegio, pues se salía mucho de lo que veía en cualquier medio de comunicación.
Yo, al igual que ~90% de las mujeres entre 13 y 90 años, vivo con inseguridades sobre mi peso, siempre hablamos de dietas o del gym, de qué podemos comer y qué nos engorda, y supongo que aunque no es lo más sano pues no está fuera de la norma, siempre está en nuestra cabeza y en nuestros temas de discusión. Sin embargo, este “comportamiento” se mezcló con otros ingredientes, uno de ellos muy peligroso que me hizo tomar muy malas decisiones.
El día que cumplí 17 años, el 27 de febrero de 2010, viajé junto a mis papás a Filadelfia, Pensilvania en Estados Unidos. Por los siguientes 5 meses iba a vivir en unos dormitorios en la muy reconocida Universidad de Pensilvania, UPenn, donde estudiaría inglés académico. Recién salidita del horno del colegio y de mi burbuja, me fui a vivir sola a un país enorme, donde aunque conocía el idioma apenas era capaz de hablarlo por pena y donde no conocía a absolutamente nadie. Los primeros días transcurrieron muy bien acompañada de mis papás, realmente aun no aceptaba el hecho de que me quedaría sola. Una vez se fueron, lloré mucho y me dediqué a comprar ropa (porque también soy compradora compulsiva). Con el pasar de los días empecé a conocer gente de todas partes del mundo, la gran mayoría de ellos asiáticos y árabes, qué podría una pequeña colombiana tener en común con estas personas? Porque cabe resaltar que era la menor de todo el grupo. Aunque conocía gente y nunca he tenido muchos problemas en socializar, no lograba crear relaciones significativas y empecé a pasar mucho tiempo sola.
Entre las clases y la gente, me enfrentaba por primera vez al reto de vivir sola, arreglar mi cuarto, lavar mi ropa y alimentarme sola. Qué lujo cuando las primeras semanas podía desayunar y cenar pan con Nutella sin que nadie me dijera nada, y disfrutar de TODOS los dulces que Skittles y M&M tienen por ofrecer. Hasta que mis pantalones dejaron de cerrar (obvio niña, en qué pensabas?). En ese momento, mis inseguridades, pero sobretodo mi soledad, le permitió a mi cabeza escuchar una vocecita que le hacía sentir culpa. Ella le empezó diciendo que era mejor no comer en las noches, y eso estaba bien porque ya había comido muy mal por semanas. A los pocos días y aunque me levantaba con mucha hambre, me pareció que tenía sentido dejar de desayunar, si almorzaba a las 12 que salía de clase sólo tenía que aguantar hambre unas pocas horas en la mañana, y tomar café me iba a hacer sentir llena hasta ese momento.
Con el pasar de los días, la soledad encontró cabida en un alma pequeña y vulnerable y llevó sus inseguridades al extremo. En mis últimas semanas en Filadelfia antes de regresar a casa, sólo comía los lunes, una vez al día y bajaba al gimnasio y caminaba por 40 minutos, al día siguiente y sin comer, caminaba por 20 minutos, al tercer día ya no tenía fuerza ni para hacer 5 minutos. Ya no podía dormir bien, hablaba con mi mamá todos los días y le mentía sobre lo que NO había almorzado, me costaba caminar las dos cuadras de mi cuarto al edificio en el que estudiaba, tenía que parar porque me costaba respirar, para esto ya era principio de junio y entraba el verano, pero yo siempre tenía frío y cuando la gente me preguntaba porque estaba con chaqueta en verano, decía que era por el aire acondicionado de los salones. No me llegaba el periodo.
Me costaba mucho creer que mi cuerpo se había deteriorado tan rápido, todo esto había pasado en casi dos meses, de acuerdo a lo que había leído en internet, estas cosas sólo debían pasar después de meses (que mala puede llegar a ser la información cuando no se sabe usar), y yo aún no me veía más flaca, mis pantalones me quedaban justo como cuando había llegado a la ciudad meses atrás. Que inocente y equivocada estaba. La gente me decía que me veía más delgada pero no notaban lo que hacía. Seguí todas las reglas del libro para evitar que alguien lo notara y mentí, mentí mucho. En mayo mi papá fue a visitarme un par de días y todo lo que hicimos fue comer, el se sorprendió de que a todos los lugares que lo llevaba eran de comida y en todos pedía mucha, lo que él no sabía era que probablemente antes de su visita llevaba días sin comer. Y no era el dinero, mis papás siempre procuraron que tuviera más del necesario, era la soledad que se había apoderado de mí y potenció todos mis miedos.
Aún 10 años después, recuerdo uno de los momentos más difíciles de esa época. Un día, pocos días antes de regresar a Colombia, fui al centro de la ciudad a comprar unos regalos, y decidí caminar las 20 cuadras de regreso que habían hasta donde vivía. Por supuesto, me costó mucho, y en un momento me senté en un andén a llorar porque sentí que no iba a poder llegar, levanté la mirada y había un restaurante al frente con muchos jóvenes comiendo, y me preguntaba por qué me estaba haciendo eso a mi misma, por qué no podía ser uno de esos jóvenes.
Este capítulo termina en cuanto llego a Colombia, estando rodeada de mi familia ya no podía mentir, ni sentía la necesidad de hacerlo. Me sentía fuerte y disfruté de todos los platos deliciosos de mi tierra. Mi periodo siguió sin llegar por otros tres meses, pero cuando mi mamá me llevó al doctor simplemente asumieron que había sido el estrés del regreso. Mis inseguridades me han acompañado por muchos años más, y mi amiga la soledad me visita de vez en cuando, en el último año y medio se ha vuelto mi fiel compañía, pero hemos aprendido a llevarnos mejor, al final ya no soy esa niña de 17 años. Aprendí de mi experiencia, aprendo cada día de la soledad, la reconozco cuando viene a arrugarme el alma y la enfrento, y la disfruto cuando quiero trabajar en mi amor propio. Le tomé mucho respeto al internet y al arma de doble filo que es la información, y me prometí no volver a mentir, a nadie más pero sobretodo a mí, porque cuando empiezas a dar ciertas concesiones, ellas empiezan a dar cabida a otras cosas negativas y así crece y crece hasta convertirse en algo peor.
Mi relación con la comida ha sido de muchas altas y bajas, hoy he aprendido a comer mucho mejor, a ver mi cuerpo como una máquina y la comida como su combustible, así que trato de ser muy consciente de lo que le doy, de que sea natural en la medida de lo posible y de nunca saltarme ninguna comida. Gracias a Dios nunca he vuelto a caer en mi desorden, sobretodo porque sé el daño que le hago a mi cuerpo y a mi relación con Dios, y sólo imaginar cómo esto podría lastimar a mi familia me mantiene muy lejos de recaer. Cabe aclarar que nunca lo he hablado con un psicólogo pero soy lo suficientemente fuerte para reconocer que sí tuve un trastorno alimenticio.
Esta fue mi historia de soledad y problemas psicológicos, como ven, no es algo ajeno, igual que varias personas cercanas, yo también he tenido que enfrentarlos, entiendo los estigmas, el miedo a ser juzgado, la vergüenza y todo lo que ello conlleva. Una vez más le pido perdón a mi familia, sobretodo a mis papás, sin duda ha sido la entrada de blog más difícil de escribir, la he llorado de principio a fin, pero de una u otra manera se siente algo liberador.
Estas fotos son del día que me fui de Colombia, principios de abril, y dos días antes de regresar a Colombia en junio.
Muchas veces temo escribir mis blogs porque siento que no tengo la autoridad para hablar de muchos de los temas, por tanto no puedo compartir sobre desórdenes alimenticios, pero lo comparto desde mi corazón con la esperanza de que a alguien le resuene un poco mi mensaje y sentir que así contribuyo un poco a este mundo.
Y si leyó todo este cuento hasta el final, muchas gracias!
Aunque no es una entrada muy alegre, hoy celebro uno de los días más importantes de cada año, el cumpleaños de mi mejor amiga, de una de las personas que me alienta a seguir escribiendo y apoya todas mis locuras. Feliz cumpleaños amiga, te amo y gracias por siempre estar.